Portada cuatro historias para una banda

1.  HASTA MI ALMA… AMELIA.  (RELATO DE ZOMBIS)

A.

El Marqués de Le Palm, cuarentón que peinaba canas y entradas, era famoso entre sus iguales por su afición al espiritismo y a todo lo mágico. Tenía fama de excéntrico y solitario, contaban de él que presumía de unos peculiares gustos culinarios y que no le hacía ascos, si se lo proponía, ni a la carne de rata ni a la de algunas clases de saltamontes.


Entre sus aficiones estaba la de criar murciélagos vampiro en las enormes jaulas que había colocado con mimo en una parte del jardín que rodeaban su casa.


Hablaba entre sus coetáneos de viajes en el tiempo como si de verdad él fuera capaz de formar parte de uno. Afirmaba, copita de tinto va copita de tinto viene, que en una vida anterior estuvo en la corte del famoso Enrique VIII ,y después tras un salto temporal grandísimo había acompañado en sus correrías amorosas al rey Alfonso XIII. Además decía que sabía seguro y de buena tinta que el gran Elvis no estaba muerto, había envejecido en una isla perdida de la Polinesia junto a una autóctona de curvas sinuosas y sugerentes.


Por supuesto, y siempre a sus espaldas, la gente que lo conocía se reía de él y lo tenían por un tarado que vivía bañándose en dinero, lo único que curiosamente le convertía en un ser respetable de cara a la opinión pública.


El Marqués de Le Palm era amo y señor de un palacete que en tiempos pasados había sido la envidia de toda la región pero que en la actualidad se caía a pedazos. Dicen los que lo habían visitado recientemente que lo único que conservaba casi intacto era la habitación de André que había sido trasladada sin motivo a la parte baja de la casa, a las antiguas dependencias del servicio… que ya no tenía. Todo lo demás podría darse en cualquier momento en estado de ruina y era una verdadera pena. El jardín estaba descuidado y se lo habían comido las malas hierbas, la escalera que separaba las dos alas de la casa necesitaba una reparación urgente, al igual que el techo que se convertía en un gran queso Gruyere en cuanto caían tres gotas de lluvia.


Y nadie en el pueblo entendía como el Marqués al que se le atribuía mucha riqueza veía tan tranquilo como su pequeño mundo se caía mientras él se refugiaba en esoterismos, videntes, santeros y toda esa fauna de personalidades raras que visitaba su casa con más o menos asiduidad…


Un tipo raro este André, en definitiva… eso es lo que le parecía a la mayoría de la gente.


Y así había sido siempre de solitario hasta que entró en su vida “La dulce Amelia”, famosa cabaretera que alegraba a los hombres a base de enseñar sutilmente mucho muslo y mucha pechuga, cantando en un pequeño escenario de telones rojos canciones “con pimienta”.


André la vio una noche en “El Molino” y quedó prendado del contorno de sus piernas y de los ojos redondos y oscuros de la mujer que ella misma potenciaba a base de lápiz negro. 


Por Amelia abandonó sus “veladas de miércoles en ataúd” y el beber aguardiente como el que tiene sed y se hincha el estómago de agua fresca. Dejó a un lado su gusto por todo lo oscuro… quizás porque ella con su sonrisa  y chispa juvenil todavía iba coloreando la vida del noble… muy despacio.


Tanto le endulzaba la existencia a André aquella artista que se le acabaron las ganas de dormir solo en esa cama robusta del siglo XIX y preparó el terreno para convertir a su amada, “La dulce Amelia”, en la futura Marquesa de Le Palm con todas sus consecuencias.


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